Por Irma Mando
En un acto que parece sacado de un guion de comedia absurda, Sandro Castro, nieto del fallecido dictador Fidel Castro, ha vuelto a encender las redes sociales al presumir su última adquisición: una avioneta. En un video publicado en su cuenta de Instagram, el joven heredero del apellido más polémico de Cuba declaró con una mezcla de orgullo y descaro: "No es como el avión de mi abuelo Raúl, ni como el de mi tío el Díazka, pero es mío mío, y me lo compré con el sudor de mi frente".
La frase "sudor de mi frente" ha generado carcajadas y furia por igual en un país donde la mayoría apenas puede costear alimentos básicos debido a la crisis económica más grave en décadas. Mientras los apagones interminables y la inflación devoran lo poco que queda del bolsillo cubano promedio, Sandro parece vivir en una realidad paralela. "Que nadie se maree", agregó con tono despreocupado, "también lo compré por si la jugada se aprieta, papi". Una declaración que muchos interpretan como un plan de escape para cuando el barco del régimen termine de hundirse.
En redes sociales, las críticas no se hicieron esperar. Algunos lo tildaron de "símbolo del descaro revolucionario", mientras otros ironizaban sobre cómo Sandro podría haber financiado su avioneta: ¿vendiendo croquetas en moneda nacional o con los ingresos de su famoso club nocturno? Lo cierto es que su estilo de vida contrasta brutalmente con la realidad del cubano promedio, quien debe hacer malabares para sobrevivir entre apagones, colas interminables y precios dolarizados.
En un país donde el gobierno insiste en culpar al "bloqueo imperialista" por todos sus males, las imágenes de Sandro disfrutando su avioneta son un recordatorio incómodo de que la verdadera desconexión no es solo eléctrica, sino también moral.