Por Ana Lisa Melhoyo
En un giro de la trama que haría sonrojar a cualquier guionista de telenovelas, Lis Cuesta, la esposa del dictador cubano Miguel Díaz-Canel, se ha visto envuelta en un escándalo que la coloca en el centro de una comedia de enredos digna de Hollywood. La protagonista de esta historia no es otra que Lis, quien, en su búsqueda incesante de emociones y placeres, cayó en las redes de un astuto estafador que se hacía pasar por el famoso actor Brad Pitt.
Conocida por su vida amorosa tumultuosa y sus escapadas furtivas, Lis Cuesta ha sido objeto de rumores y chismes que la pintan como una mujer con un apetito insaciable por el romance. Desde sus coqueteos con figuras del poder hasta sus aventuras clandestinas, su reputación como una "pervertida ninfómana" parece estar bien ganada. Mientras su esposo se enfrenta a los desafíos políticos del país, Lis ha optado por buscar el amor (o algo parecido) en los lugares más inesperados.
Todo comenzó cuando Lis, buscando un respiro a su monótono día a día, recibió un mensaje de un "Brad Pitt". Con promesas de glamour y pasión desenfrenada, el estafador logró seducirla, llevándola a gastar la exorbitante suma de 276 millones de pesos (alrededor de 800 mil euros). Mientras Lis se dejaba llevar por la fantasía de un romance con una estrella de cine, la realidad era mucho más sombría: estaba siendo víctima de una elaborada estafa.
A medida que las noticias sobre esta travesura se esparcen como pólvora, la imagen pública de Lis Cuesta se tambalea. ¿Quién podría haber imaginado que la esposa del dictador cubano sería protagonista de una historia tan rocambolesca? No sé para qué pregunto, si la verdad es que todos en Cuba lo hubieran imaginado, menos Díaz-Canel, claro, el tarrú siempre es el último en enterarse.
Mientras tanto, Díaz-Canel debe lidiar no solo con los problemas económicos del país, sino también con los escándalos personales que rodean a su esposa.
En este drama contemporáneo, Lis Cuesta no solo ha demostrado ser una mujer audaz en su búsqueda de placer, sino también una víctima del engaño más hilarante. Y así, entre risas y asombro, el pueblo cubano observa cómo los verdaderos dramas políticos pueden ser superados por las peripecias amorosas de quienes están en el poder. ¿Quién necesita una película cuando la vida real ofrece tales giros inesperados?